Soy hijo de un atleta amateur (no profesional) que corrió por muchos años y logró triunfos especialmente en la distancia de 21k, alias media maratón, no sólo a nivel nacional sino internacional, en categoría master y senior master. Sin embargo, no por ello yo heredé sus habilidades, incluso, deportivamente he sido mucho mejor ciclista que lo que fue él y como atleta o «runner», nunca he logrado los ritmos de él. A pesar de su empeño durante muchos años, correr una maratón siempre fue la cereza que le faltaba a su pastel, al final del día, siendo la maratón la cumbre máxima de un atleta de fondo. Estuvo cerca en 2 ocasiones de correr la maratón de Nueva York, pero las responsabilidades apremiaban y no fue posible.
Por mi parte, practicando el triatlón desde temprana edad y con una pausa de casi 20 años desde la última vez, hasta 2015, el trotar nunca fue de mis sabores favoritos, incluso perdiendo podios y records personales en la distancia sprint (750m de natación, 20k de ciclismo y 5k de atletismo) a causa de regular técnica que se veía reflejada en los tiempos finales.
En 2017 corrí mi primera media maratón, 21 kilómetros en los cuales para los últimos 5 kilómetros, Alexa tuvo que volverse un sherpa (cuan escalada al everest) y llevarme a la meta a punta de buenas palabras y alegorías. Ya en 2018 había empezado a entrenar de la mano de mi primer entrenador y wow, bajé el tiempo de la media maratón en casi 30 minutos, pero surgió una lesión (que aún hoy me acompaña) y volví a tenerle respeto/miedo a trotar. En 2019 seguí mejorando en técnica y fondo (capacidad de soportar más distancia incluso a mejor ritmo) y bajé tiempo nuevamente y al final del año 2020, luego de bajar de peso en pandemia (año 1), logré acercarme a las 2 horas como record personal para esa distancia de 21k. Sin embargo, por allá en Octubre, apareció el diablillo de las ideas locas y susurró a mi oído una idea: «Y si corres una maratón…»
La idea plantada en mi corteza cerebral empezó a generar un retoño y en diciembre, luego de ese record personal de media maratón, propuse a mi entrenador (Cristian) la idea, que tomó con brazos abiertos dado que era un reto especial. Y esto fue diciendo y haciendo, manos a la obra desde el 13 de diciembre de 2020, con una meta definida para el 6 de Junio en la maratón de la Isla de Aruba.
Muchas dudas abordaron las más de 20 semanas de entrenamiento para ser capaz de afrontar esta distancia mítica de 42.195 metros, nada despreciable, de mucho respeto, de miedo, de temores, de mucha mente y de dementes…. Cuan futuro padre primerizo, leí mucho, escuché experiencias, pregunté a colegas, amigos, figuras del deporte, acerca de esto, a lo que cada quien presentaba opiniones diferentes pero nunca llegó a desmotivar, sino por el contrario, ayudaron a pone madera y hojas secas a esa llama que se mantenía creciendo y bajando en mi interior frente a esa meta.
Durante este proceso y al ser primerizo fue necesario hacer un trabajo base de varias semanas para preparar progresivamente el cuerpo al esfuerzo, seguido de un trabajo de adecuación y construcción de las habilidades físicas y mentales para afrontar la idea de andar por 4 horas y más del punto A al punto B y lograr esa distancia. En este particular, teniendo en cuenta el momento actual de pandemia, siempre busqué correr por zonas con pocas personas, lo que me permitiera relajar un poco el uso de tapabocas y evitar contagio de Covid (que igual golpeó en febrero, sin mayores consecuencias o secuelas). Asimismo, lograr engañar a mi mente que suele odiar los recorridos repetitivos y aborrece el concepto de «circuito».
Me puse en la tarea cada semana de idear una ruta, un trayecto para cumplir con el recorrido largo del fin de semana, así como los recorridos para durante la semana, incluyendo montaña, bajadas, plano (en su mayoría) e incluso llegando a incluir entrenamientos con condiciones de calor, soledad, viento y todo lo que intuí que podría llegar a encontrar en el recorrido de Aruba. A la par, cada ruta la tomaba desde la plataforma de Garmin y la iba colocando sobre OpenStreetMap e iba viendo como quedaba el mapa de recorridos en Bogotá y alrededores, principalmente.
Durante ese proceso tuve oportunidad de correr sábados, domingos e incluso uno que otro día entre semana evitando las cuarentenas de fin de semana en la ciudad.
En medio de todo eso, tenía más tareas diferentes a trotar en diferentes ritmos: Identificar qué tomar para hidratarme, qué ropa usar, qué zapatos, qué comer, qué me afectaba y que no. Por que ya era claro que todo eso debía estar definido con antelación a terminar el plan de entrenamiento para la carrera, partiendo de la máxima: «El día de la carrera, nada se improvisa, se repite la rutina de todo lo hecho, comido y tomado durante los entrenamientos que funcionó». A partir de todo este proceso aprendí a conocer más de mi cuerpo, sus tiempos, horas, manías, gustos e incluso entender que era necesario dejar ciertas cosas de lado para mejorar.
Terminado el ciclo de entrenamiento, incluyendo en un momento cambio de entrenador (a un par de semanas Cristian inició un nuevo proyecto y no fue posible continuar – Cris aún te odio jajaja) y cambio a un modo de apoyo espiritual del joven pero experimentado George. Llegó el día de la carrera, con menos nervios de lo que esperaba, pero con la mente enfocada al motto «hay 42.2k por recorrer y esto será cerebro y piernas», no sin antes el día previo algo de temor por el requerimiento de realizar test rápido de covid para evitar contagios de los deportistas.
La carrera inició a las 3:30am, pensando en evitar el golpe de calor brutal de las 8-9am en la Isla, así como no afectar la movilidad de los turistas y locales. En la partida con distanciamiento entre cada atleta y salida con tapabocas, inició la que vendría a ser una de mis experiencias más extrañas como deportista.
El recorrido consistió en 2 giros (circuito, cómo odio esa palabra) de 21.1k entre la zona de Palm Beach, Arashi Beach, el Faro y hasta Eagle Beach. Dado que se inició muy temprano, la primera vuelta fue a oscuras, incluyendo el segmento de casi 1 kilómetro de subida al faro, el cual al encontrarse en cercanías al mar fue mi primera experiencia de subir con viento en contra. Me lo tomé con calma hidratándome con suero diluido en agua cada 1.5k y comiendo geles y gomas de fruta cada hora. La primera vuelta no resultó compleja y aunque tardé 2:15 en el primer giro, las piernas no se quejaron en ningún momento, por ende, todo dentro del plan. Llegó el segundo giro y algo de ansiedad empezó a hacerse presente, la idea del burro de shrek diciendo: «¿Ya merito?» y es aquí donde inició la otra carrera, para la cual se había entrenado las celulitas grises: la carrera de la paciencia, de la calma, de no perder la cabeza ni las piernas en el proceso.
A las 3 horas de recorrido, empecé a sentir necesidad de ir al baño, algo que me acompañó durante muchos entrenamientos y no logré hacer educar mis tripas, así que fue necesario parar al baño en el kilómetro 28, una vez alcancé el faro por segunda ocasión y cuya subida tomé con más calma que en el primer paso, por más viento en contra y un segmento que me obligó a caminar un poco. Luego de la «emergencia médica» y ya teniendo presente que las piernas estaban algo cansadas, sería necesario bajar tal vez un poco el ritmo. Bajando del faro, me dio un antojo, cosa que sólo había sentido en un entrenamiento, curiosamente en la isla de San Andrés y a la misma altura: «Necesidad de una Coca Cola». Ahora, bien, qué tan probable es conseguir una bebida de este tipo que no era dada en los puntos de hidratación, que se podría conseguir en una o dos tiendas en el recorrido hasta luego de las 8am y no a las 5:30am…, la versión corta es que al bajar, dos chicas que me pasaron en el faro mientras fui al baño, pararon en un carro donde alguien las esperaba y sacó de una nevera de icopor una Coca Cola grande, la cual estaban tomando y cuando me acerqué, me ofrecieron. Tengo una hipótesis metafísica que eso fue ayuda de mi madre desde el otro lado, por que no tengo más explicaciones. Sólo se que tomé 1/2 litro, del cual me cayó algo encima pero no importaba, el cuerpo agradeció y seguimos.
Siguieron los kilómetros, con algo más de cansancio pero animado cada vez que pasaba un punto de hidratación del cual tomaba ya no 1 botella, sino 2 de agua, una para tomar (aún tenía suero pero lo necesitaba racionar para más adelante) y para aplicar en cabeza y piernas que estaban acaloradas. La otra botella para usar al kilómetro siguiente. Este ritual se repitió por 10 kilómetros, en la imposible recta entre los hoteles Marriot y el Hospital de Aruba, donde no hubo viento en contra, ni a favor, sólo aire caliente, soledad y la carretera.
Había leído mucho del muro o momento mental en que las ideas de parar, de no seguir, de dejarlo todo aparecen. Agradecidamente, no lo viví, si es cierto que el ritmo bajó y tuve que caminar unos trayectos para que las piernas se recuperaran y así llegar al kilómetro 39 y empezar a usar el cerebro un poco más para venderle ideas (así como en el 2017 lo hizo alexa conmigo en la media maratón de Bogotá) a mis piernas para que siguieran, para que diéramos un poco más. El ritmo de esos kilómetros finales fue 1 minuto más bajo que el de los 37 primeros kilómetros (6:23), pero no importaba, aún cuando a falta de ya 1 kilómetro le pedí a las piernas que aceleráramos, pero no fue posible, ellas se movían a su modo, pero nada más.
Llegada a la meta, primera carrera presencial desde la triatlón de Daytona, la meta estaba sola, pero Alexa estaba ahí, a 250 metros del arco de meta (No había autorización de público, ni siquiera otros atletas que ya terminaban), así que el impulso de alegría llegó y par de giros, recuerdo a uno de los auxiliares de cruz roja en bici a mi lado diciendo: «almost there, the finish line is ahead».
Crucé la meta, paré el reloj, 4:40, 42.5k (lo de más fue por un desvío para el baño), no había la dicha suprema (aún), fui directo a una ducha y me dejé lavar, ya sabía que el celular no se afectaría y mis audífonos (mis amigos durante 4:50 apróximadamente con una lista de reproducción que creé específicamente para la carrera subiendo el bpm de las canciones en la medida que iba avanzando) y la encontré a ella 🙂 <3, a la salida del camino de la carrera. Luego vinieron las emociones abrazos, llanto, video a mi padre dedicando la medalla de la primera maratón de un Borbón y fotos de una medalla hermosa.
Yo puedo decir que me gradué de mi primera maratón y soy oficialmente un maratonista.
No creo que repita la distancia en poco tiempo, a pesar que aunque escribo esto una semana después de la carrera y mis piernas están ya recuperadas, siento que hay que escoger muy bien dónde hacer esa locura y reescribir esa historia, pero disfrutaré esta experiencia por un muy buen tiempo. Al final del día, 42.2 kilómetros no es poco aún cuando entrené 922 kilómetros en 107 horas por medio año 🙂 y aún me quedan 3 retos duros para este año 2021.